Para qué estamos?
Aunque a menudo subestimada, la Educación Física es una pieza fundamental en la formación integral de los estudiantes. A nivel mundial, su valor real frecuentemente se ve opacado por la prioridad given a otras materias "académicas", a pesar de que países con los sistemas educativos más avanzados la consideran esencial para el desarrollo.
La verdadera importancia de esta asignatura se refleja en las múltiples funciones del docente, quien va mucho más allá de enseñar deportes. Es un promotor de salud, fomentando hábitos activos; un facilitador del desarrollo motor, guiando habilidades corporales; y un transmisor de valores como el trabajo en equipo, el respeto y la resiliencia. Además, es un garante de la seguridad y un creador de ambientes inclusivos donde todos los estudiantes pueden participar y sentirse capaces.
Utilizar la vestimenta adecuada (calzado con soporte y ropa transpirable) es crucial para cumplir estos objetivos, ya que previene lesiones, garantiza comodidad y mejora el rendimiento.
En esencia, la Educación Física bien impartida no busca crear atletas, sino formar personas sanas, sociales y con valores. Es una inversión en bienestar físico y mental que impacta positivamente en el aprendizaje y la calidad de vida de los estudiantes, preparándolos para los desafíos dentro y fuera del aula.


A quénos dedicamos ?
Resulta particularmente preocupante cómo, en numerosos centros educativos dominicanos, se perpetúa una práctica que no solo desdibuja la identidad profesional del maestro de Educación Física, sino que sistemáticamente socava su autoridad pedagógica: su frecuente utilización como personal de apoyo multiusos. Esta distorsión de su rol los desplaza de su función esencial como educadores especializados para convertirlos, de manera recurrente, en supervisores de patio, vigilantes de pasillos, o suplentes de emergencia para cubrir cualquier ausencia, asignándoles tareas logísticas y de vigilancia que no guardan relación alguna con su área de conocimiento. Esta práctica no es inocua; conlleva un mensaje implícito de que su tiempo y su expertise son prescindibles o de menor valor, normalizando una jerarquía académica donde su disciplina es considerada de segunda categoría. Paralelamente a esta sobrecarga de funciones ajenas, se evidencia una limitación paralizante para ejercer las que sí les son propias. A la crónica falta de recursos e instalaciones adecuadas, se suma la restricción en la ejecución de su planificación curricular. Con frecuencia, se les niega la posibilidad de realizar actividades esenciales fuera del aula tradicional—como salidas pedagógicas, eventos inter-escolares o la utilización de espacios comunitarios—bajo argumentos de seguridad o burocracia, o se les recortan las horas efectivas de clase para dar prioridad a ensayos de actos cívicos o a otras materias. Esta doble carga—ser sobreutilizados para lo accesorio y limitados para lo fundamental—configura un escenario de profunda contradicción que no solo desmotiva al docente y frustra su vocación, sino que, en última instancia, le roba a los estudiantes el derecho a recibir una educación física integral y de calidad, perpetuando un ciclo que menosprecia la importancia capital del movimiento y el desarrollo corporal en la formación humana.
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